El siglo XIX presenció dos momentos difíciles que marcaron el desarrollo histórico de Perú: la independencia y la guerra con Chile. Estos dos eventos trágicos sembraron el caos, la destrucción material y la división interna. Ambos bandos dejaron muchos resentimientos y tareas pendientes por resolver. Además, debido a la gran riqueza del guano, se considera también un siglo de oportunidades perdidas, que aumentó el despilfarro y la corrupción hasta llevar al país a la bancarrota en la década de 1870. Si consideramos que la Batalla de Ayacucho en 1824 y la independencia de Chile en 1884 marcan los extremos de esta etapa, podemos inferir que los primeros 60 años de la historia peruana estuvieron marcados por el fracaso.
Después de Ayacucho, Perú cayó en manos de los caudillos. Estas figuras, en su mayoría militares, ejercieron el poder a su antojo y sembraron el caos político. Lo más peligroso es que su individualismo retrasó el establecimiento de un orden institucional en el país. Después de la Guerra de la Independencia, que dejó una situación de pobreza generalizada, a partir de 1850, la bonanza del guano les permitió a estos caudillos asegurarse el poder de forma indefinida. De esta manera, el país experimentó un clima político relativamente estable y se pudo observar cierta inversión en obras públicas (educación, servicios urbanos y ferrocarriles). El líder más destacado en esta época de aparente prosperidad fue Ramón Castilla, como mencionó Jorge Basadre.
Sin embargo, el guano sembró irresponsabilidad en la gestión nacional. Se destinó una gran cantidad de dinero a la burocracia, a los gastos militares y a operaciones clandestinas. Los gastos superaban a los ingresos y se recurrió en varias ocasiones al crédito externo para compensar el déficit y asegurar futuras ventas de guano. En algún momento, este sistema tuvo que colapsar. Esto ocurrió cuando Perú se declaró en bancarrota en la década de 1870, siendo el país con la mayor deuda externa de América Latina y sus ingresos no eran suficientes para cubrir los gastos corrientes y los pagos de la deuda. Pero el problema no terminó ahí. La guerra era inminente: Perú se unió a Bolivia a través de un «tratado secreto» en 1879 y tuvo que enfrentarse a Chile para controlar la explotación del salitre.
Las condiciones económicas, políticas y militares del país no salieron bien paradas de la guerra. El conflicto finalizó oficialmente en 1883 con el Tratado de Ancón, que ratificó importantes pérdidas territoriales. Las provincias del sur, ricas en salitre, quedaron en manos del enemigo. Este fracaso marcó el fin de una etapa. Ahora, el país debe reconstruirse siguiendo otros estándares. Los puntos pendientes son: eliminar las teorías de conspiración política, promover el desarrollo de las instituciones, diversificar las exportaciones para no depender de un solo recurso y gestionar la economía de forma más técnica. En los próximos años se realizarán esfuerzos para convertir a Perú en un país más moderno e integrado, capaz de enfrentar los desafíos del siglo XX.