Han pasado cuatro décadas desde que la serie «Hombre rico, hombre pobre» y el personaje de Falconetti se hicieron populares en los hogares españoles. En aquel entonces, el desarrollo de las series de televisión era muy limitado en comparación con la actualidad, donde podemos disfrutar de numerosas series, muchas de ellas consideradas de culto. Sin embargo, es probable que a las personas nacidas en la era de la democracia española o a la generación Z, el nombre de Falconetti y la serie en sí les resulten desconocidos.
Falconetti es la personificación del mal, un villano sin matices ni una explicación profunda de su comportamiento. Incluso se acuñó la expresión «ser un Falconetti» para referirse a personas perversas, de la misma manera que se decía «es un Fittipaldi» para aquellos que conducían a gran velocidad. La serie «Hombre rico, hombre pobre» planteaba una visión simplista al dividir claramente entre buenos y malos. Sin embargo, todos sabemos que la vida y las organizaciones son mucho más complejas y están llenas de matices. La realidad está llena de zonas grises, donde no existen solo el blanco y el negro. A pesar de ello, la maldad tiene un atractivo y genera cierto morbo. Aunque la tecnología ha evolucionado y ha traído cambios radicales, los comportamientos humanos no han variado tanto, y la maldad parece ser algo atemporal. Incluso al compararlo con algunos personajes de series más recientes, la maldad de Falconetti parece ingenua, aunque en aquel entonces nos parecía absolutamente detestable.
El personaje de la serie
Profesores de Esade han elaborado una sección que analiza a los protagonistas de series de televisión desde una perspectiva de lecciones que se pueden extraer para el management.
No cabe duda de que Falconetti contribuyó en gran parte al éxito de «Hombre rico, hombre pobre». Con cada capítulo, su importancia crecía. De hecho, Falconetti es un ejemplo clásico de un personaje secundario que adquiere relevancia similar o incluso superior a los propios protagonistas. En el imaginario colectivo, al pensar en «Hombre rico, hombre pobre», se piensa tanto o incluso más en Falconetti que en los personajes interpretados por Peter Strauss o Nick Nolte, prototipos del triunfador y del perdedor respectivamente. Curiosamente, a nivel artístico, el actor que ganó mayor relevancia fue el hombre pobre, Nick Nolte, mientras que la carrera de Strauss no alcanzó las expectativas. En el caso de William Smith, el actor que interpretó a Falconetti, quedó encasillado y le resultó difícil liberarse de este estereotipo.
El impacto de la serie fue tan grande que tuvo secuelas, aunque nunca volvió a ser lo mismo. En general, las segundas partes no suelen estar a la altura, a excepción de casos como la trilogía de El Padrino de Coppola. Los sucedáneos no pueden compararse con los originales, y esta es una lección que se aplica a todo tipo de organizaciones. Las secuelas carecían de credibilidad una vez que la primera parte de la serie había terminado, y no tenía mucho sentido resucitar a Falconetti para el espectador. Algunos sostienen, con cierto cinismo, que toda organización debería tener un Falconetti, ya que contar con un enemigo común une mucho. Un personaje tan despreciable genera una cohesión tremenda al proporcionar un objetivo común: luchar o acabar con ese enemigo.
Pero, ¿es Falconetti un líder? O, dicho de otra manera, ¿debe existir un componente ético en todo liderazgo? El debate no es tan sencillo. Muchos líderes referentes no son precisamente ejemplos de buen comportamiento ni generadores de un mayor bienestar para la sociedad en su conjunto. Por lo general, se considera a Napoleón como un paradigma de líder natural. Napoleón y otros muchos ejemplos históricos tenían visión, carisma y seguidores. Sin embargo, existen muchas dudas sobre su bondad y en qué medida la humanidad mejoró gracias a su existencia. Ser un líder y ser un buen líder no son la misma cosa, no solo desde una perspectiva de habilidades sino también de comportamiento ético.
En el caso de Falconetti, no estamos frente a un líder, y la razón no es solo ética. Falconetti carece de un elemento clave en el liderazgo, que es la aspiración de construir un proyecto que, además, sea capaz de arrastrar y motivar a sus seguidores. Su propósito es básicamente destructivo, sin ninguna intención de dejar un legado trascendente.
En resumen, Falconetti seguirá siendo un paradigma del mal y el resentimiento, pero no tanto del liderazgo, no por su maldad extrema, sino por la falta de un propósito trascendente. Desde una perspectiva de bienestar común y de verdadero progreso en la sociedad, el liderazgo auténtico y transformador debe llevar consigo una carga ética que es la única capaz de dotarlo de sentido y perdurabilidad.
Hombre rico, hombre pobre
A pesar de contar con menos recursos técnicos que en la actualidad, en las décadas de los sesenta y setenta se produjeron importantes programas de ficción televisiva que lograron ganarse un lugar destacado en la cultura popular. Un claro ejemplo de ello es la serie «Hombre rico, hombre pobre», emitida por la cadena estadounidense ABC, que celebra su 40 aniversario este año.
Con tan solo 12 episodios iniciales, las historias opuestas de dos hermanos se transformaron de un simple argumento a una verdadera leyenda, especialmente si consideramos la inclusión de uno de los villanos más emblemáticos de la televisión: Falconetti.
Basada en la novela del mismo nombre de Irwin Shaw, publicada en 1970, la trama de «Hombre rico, hombre pobre» comienza el día en que concluye la Segunda Guerra Mundial y sigue las vidas de Rudolph y Tomas Jordache (interpretados por Peter Strauss y Nick Nolte, respectivamente), hijos de un inmigrante alemán que anhela cumplir el sueño americano. Sin embargo, los dos hermanos no tienen la misma suerte. El primero, más frío y ambicioso, logra convertirse en senador, mientras que el segundo, más humano pero influenciado por malas compañías, termina dedicándose al boxeo.
Además de los protagonistas, la serie introduce el personaje de Julie Prescott (interpretada por Susan Blakely), el amor de juventud del senador, y un secundario que se convierte en un personaje principal: Falconetti (interpretado por William Smith). Este último, un sicario enemigo de la familia Jordache, hace la vida extremadamente difícil a los dos hermanos, llegando incluso a niveles de sorpresa y crueldad hasta entonces inéditos en la televisión.
«Hombre rico, hombre pobre» pasó a la historia como la primera serie concebida con un principio y un final preestablecidos, conocida en la actualidad como miniserie. Su emisión semanal en Estados Unidos se convirtió en un auténtico fenómeno social. Tras el éxito de la serie, Irwin Shaw escribió una secuela de la novela titulada «Mendigo y ladrón», la cual no tuvo relación con la segunda temporada de la serie. La tercera temporada se estrenó a principios de la década de 1980, aunque sin la participación de muchos de los actores originales, pero con numerosas apariciones especiales de reconocidos actores.